INTERACCIÓN FAMILIAR Y CONDUCTA ANTISOCIAL
A.Rodríguez y G.Torrente
Ángel Rodríguez González es Catedrático de Psicología Social en el Departamento de Psiquiatría y Psicología Social de la Universidad de Murcia (Edificio Luis Vives, Campus de Espinardo, 30100-Murcia). Ginesa Torrente Hernández es Profesora Ayudante en el mismo Departamento de la Universidad de Murcia.
Son frecuentes en los me-dios de comunicación de ma-sas las referencias a diferentes comportamientos inadaptados: aumento de suicidios y trastor-nos depresivos, abuso de alco-hol y drogas, conductas violen-tas y delictivas, etc. en los que se ven envueltos adolescentes. Resulta seriamente preocupante la conducta antisocial por sus repercusiones tanto para el desarrollo futuro del adolescente como para sus relaciones con personas significativas de su entorno, especialmente con sus profe-sores, con sus iguales o con los miembros de su familia.
La familia tiene importancia crucial para el comportamiento adapta-do. No en vano la familia sigue siendo, a pesar de todos los cambios, el más importante agente de socialización. Unos lazos débiles con la fami-lia parecen estar en la base de muchos de los comportamientos inadap-tados, pues como postula la teoría del control social informal (Hirschi, 1969) una relación estrecha entre los progenitores y sus hijos explicaría que las actitudes y opiniones de los padres fuesen tenidas en conside-ración por los hijos en sus actuaciones y favorecería su identificación emocional con ellos. En aquellas familias en las que estos lazos no son efectivos es difícil que se internalicen las normas y se desarrolle la con-ciencia social (McGaha y Leoni, 1995), lo cual permite predecir el desa-rrollo de lazos débiles con la comunidad y la sociedad en su conjunto (Vazsonyi, 1996).
En España estamos asistiendo a profundas transformaciones en la estructura y las relaciones familiares que pueden estar afectando al es-
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tablecimiento de tales vínculos, y aunque tales cambios no son exclusi-vos de nuestro país, lo cierto es que se iniciaron más tarde y han sido más rápidos que en el resto de Europa, acompasados con la transición a la democracia. Entre los cambios familiares que más se han relacionado con las conductas inadaptadas están la incorporación de la mujer al mundo laboral (que no siempre ha ido acompañado de un cambio de roles dentro del seno familiar ni con el compromiso de ambos progenito-res en la labor educativa de sus hijos), el aumento del número de sepa-raciones y divorcios y de las familias monoparentales. Otros factores también vinculados con la iniciación en la conducta antisocial son la pa-tología y antecedentes delictivos de los miembros de la familia, el esta-tus social, el tamaño familiar, el orden de nacimiento, el clima familiar o los estilos educativos de los padres. En este trabajo nos centramos en el clima familiar y los estilos de educación familiar.
Clima familiar
La familia se caracteriza porque las relaciones que se dan en su seno deben tener un carácter estable y favorecer un compromiso físico y afectivo entre sus miembros, que conforma el clima familiar. Un clima familiar positivo favorece la transmisión de valores y normas sociales a los hijos, así como el sentimiento de seguridad y confianza en sí mis-mos.
Entre las dimensiones del clima familiar que más directamente se relacionan con la conducta antisocial encontramos el grado de cohesión y el de conflictividad, que determinan, en gran medida, el resto del clima familiar, como las relaciones que se dan en el seno de la familia, la es-tabilidad de normas y criterios de conducta, o el grado en que se favore-ce el correcto desarrollo de los hijos (fomentando su autonomía, el inte-rés por actividades intelectuales, culturales, sociales, recreativas y su desarrollo moral).
Bischof, Stith y Whitney (1995) llevaron a cabo un estudio compa-rando las medidas de clima familiar en tres muestras de adolescentes delincuentes, violentos o no violentos, delincuentes sexuales y sujetos normalizados. Encontraron diferencias entre la amplia muestra de ado-lescentes delincuentes y la de sujetos normalizados en seis de las diez Escalas de Clima Social en la Familia (FES) (Moos, Moos y Trickett, 1974): cohesión, expresividad, autonomía, orientación intelectual-cultural, orientación social-recreativa y control. Sin embargo no hallaron diferencias significativas en las cuatro restantes: conflicto, actuación, énfasis moral-religioso y organización.
Otras investigaciones han relacionado estos factores con determina-das características personales. Así en las familias cohesivas, que ade-más son expresivas y están organizadas, comparten el tiempo de recreo
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y ocio y se orientan a actividades culturales e intelectuales, los hijos manifiestan un autoconcepto más positivo y una mayor autoestima (Du-Bois, Eitel y Felner 1994), un comportamiento orientado a metas (Kurdek y Sinclair, 1988) y una mayor tolerancia a la frustración; características todas ellas negativamente relacionadas con la conducta antisocial.
Estilos de educación familiar
Sobre su propia historia educativa y las cogniciones que tengan acerca del desarrollo evolutivo y la educación de sus hijos, los padres elaboran teorías implícitas de cómo debe ser el proceso socializador. Para Dekovic y Gerris (1992) y Sameroff y Feil (1985) las cogniciones de los padres están organizadas en unos niveles socio-cognitivos vincula-dos a su perspectivismo (centrado en la norma, centrado en la coordina-ción de las perspectivas entre padres e hijos o centrado en uno mismo, egocéntrico) lo que va a determinar la representación mental de estas relaciones y, por lo tanto, su comportamiento. Son, pues, múltiples las técnicas educativas que pueden poner en marcha para lograr sus objeti-vos educativos. La variabilidad interfamiliar e intrafamiliar no ha imposi-bilitado que muchos autores se hayan propuesto clasificaciones amplias de estas estrategias; destacan las clásicas de Baumrind (1966, 1971, 1972, 1980): estilo autoritativo, estilo autoritario y estilo permisivo, am-pliadas posteriormente a cuatro (Baumrind, 1991), añadiendo el estilo negligente. La de Maccoby y Martin (1983): estilo democrático, estilo autoritario, estilo indulgente y estilo negligente. La de Hoffman (1970): retirada de afecto, afirmación de poder e inducción.
De hecho, estas técnicas suelen estar todas presentes en todas las familias, dependiendo el uso de una u otra de la situación específica en la que se aplica, aunque suele existir un estilo dominante que se pone en marcha con mayor frecuencia. La percepción general de los adoles-centes es que sus padres utilizan patrones relativamente estables de educación.
Para Holmbeck et al. (1995) las prácticas educativas más adecuadas durante la adolescencia son:
1. Las que establecen normas nítidas sobre cuál ha de ser la con-ducta de los adolescentes.
2. Las que no utilizan sanciones punitivas.
3. Las más congruentes.
4. Las que se basan en la explicación.
5. Las que permiten el intercambio de opiniones entre padres e hijos.
6. Las que promueven actividades cotidianas adaptadas.
7. Las que fomentan el desarrollo de ideas propias y opiniones en el adolescente siempre que el clima familiar sea cohesivo.
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En este trabajo nos proponemos conocer qué variables relacionadas con el clima familiar y la educación presentan diferencias en dos grupos de adolescentes clasificados según declarasen o no haber cometido un cierto número de actos delictivos. Así mismo nos proponemos investigar cómo se relacionan entre sí estas variables y el grado en que son capa-ces de predecir la conducta de los adolescentes.
Método
El análisis de los factores implicados en las manifestaciones de con-ducta antisocial pasa necesariamente por la utilización de autoinformes, pues a pesar de los problemas metodológicos que entraña, debidos, en parte, a la posible sobreestimación del número de delitos de los que informan los menores o a la dificultad de éstos para recordar conductas pasadas, también es cierto que son muchas sus ventajas; entre ellas la de propiciar un acercamiento directo e inmediato al fenómeno y a los individuos, facilitar el análisis detallado de los procesos que se asocian a este tipo de conductas y permitir entender la conducta antisocial como un continuo (Romero, Sobral y Luengo, 1999).
Muestra
La muestra está formada por escolares que cursaban niveles educa-tivos desde 1º ESO hasta 1º Bachillerato en centros públicos de Educa-ción Secundaria de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, y con edades comprendidas entre los 11 y los 17 años (Media=14,35; dt=1,53). El 52,3% eran hombres y el 47,7% mujeres.
De un total de 641 menores extrajimos dos grupos, según la puntua-ción obtenida en la escala D del Cuestionario de Conductas Antisocial-Delictiva (TEA, 1988). Un primer grupo, al que denominamos Adapta-dos, formado por 200 menores que no informan de cometer delitos y cuya puntuación quedaba por debajo del percentil 25. El segundo grupo, denominado Inadaptados, está formado por 174 menores que informa-ban de al menos 3 actos delictivos, en el caso de las chicas, y de al me-nos 7 en el de los chicos. Su puntuación quedaba por encima del per-centil 75.
Instrumentos y variables analizadas
Escala de Clima Social en la Familia (Moos, Moos y Trichett, 1974, adaptación TEA, 1984), que evalúa las principales características socio-ambientales de todo tipo de familias y está formado por un total de 90 ítems dicotómicos (verdadero-falso), agrupadas en diez subescalas que hacen referencia a tres dimensiones principales: a) Relaciones: cuantifi-
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ca el grado y el estilo de comunicación, así como el nivel de conflicto que se da en la familia. Las subescalas que la componen son cohesión, expresividad, y conflicto; b) Desarrollo: valora si se fomentan los proce-sos de desarrollo personal de los miembros de la familia. Las subesca-las que la integran son: autonomía, actuación, orientación intelectual-cultural, orientación sociorecreativa y orientación moral-religiosa; c) Es-tabilidad: evalúa el grado en que se estructura y organiza la vida familiar, así como el grado de control que se ejerce sobre los miembros de la familia. Las subescalas que la conforman son: organización y control.
Cuestionario sobre los estilos educativos de los padres: utilizamos dos subescalas de este cuestionario elaborado por nosotros (Torrente, 2002) que han demostrado tener altos índices de fiabilidad: a) Subesca-la de estilo inductivo, que en el caso del padre alcanza una fiabilidad de 0,89 y en el de la madre 0,86. Recoge 18 ítems que hacen referencia a la utilización de estrategias educativas basadas en el diálogo, el apoyo y el refuerzo positivo; b) Subescala de estilo autoritario, cuya fiabilidad en el caso del padre ascendía a 0,82 y en el caso de la madre a 0,81. Esta-ba compuesto por 21 ítems que hacían referencia al uso de estrategias educativas basadas en el castigo, incluso físico, y la reprobación; en definitiva, al uso de estrategias de control negativas.
Cuestionario de Conductas Antisociales-Delictivas (TEA, 1988): de este cuestionario utilizamos la Escala de conductas delictivas-D, forma-da por 20 ítems que hacen referencia a conductas delictivas llevadas a cabo por menores.
Procedimiento
Previa autorización de la Consejería de Educación y Universidades, los cuestionarios se aplicaron de forma colectiva en las aulas, durante dos horas consecutivas, en tres centros de Educación Secundaria de la Región de Murcia. A instancias de los directores de dos de los centros se informó a los padres, mediante nota informativa, de la realización del estudio. En todo momento se respetó la voluntariedad y el anonimato de los menores. Así mismo, se respetó el deseo de algunos padres de que su hijo no fuese entrevistado.
Análisis estadísticos
Para el tratamiento de variables nominales se utiliza la prueba χ2. Para comparar dos grupos en variables cuantitativas utilizamos la prue-ba t de Student. Por último, utilizamos el análisis de regresión logístico binario forward stepwise, para determinar qué variables predicen las manifestaciones de conducta delictiva de los menores que informan de conductas delictivas. Todos los análisis estadísticos se llevaron a cabo
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con el paquete estadístico SPSS 10.0, aceptando un nivel de significa-ción p<0,05.>
Los menores de uno y otro grupo se diferencian a nivel significativo en seis de las diez escalas que forman el FES: cohesión entre los inte-grantes del núcleo familiar (p<0,001),>
Aunque a tenor de estos resultados podemos afirmar que a los me-nores del grupo adaptados se les apoya más y se les controla de forma menos autoritaria, lo cierto es que si observamos las puntuaciones me-dias de ambos grupos en estas cuatro escalas podemos ver que las puntuaciones obtenidas en la escala del estilo inductivo son más altas en ambos grupos que las obtenidas en la escala del estilo autoritario,
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tanto en el padre como en la madre; es decir, a los menores, en general, se les apoya más que se les castiga con independencia del grupo al que pertenezcan, aunque en el grupo de sujetos adaptados las puntuaciones sean significativamente mayores en el caso del estilo inductivo y signifi-cativamente menores en el del estilo autoritario.
Por último, llevamos a cabo un análisis de regresión logístico binario forward stepwise en el que se incluyeron todas las variables que habían resultado significativas en las anteriores comparaciones estadísticas entre los grupos, con el objetivo de encontrar aquellas variables, tanto individuales como familiares, que, en conjunto, permitieran maximizar las diferencias entre ambos grupos, minimizando el número de variables necesario para ello.
El modelo resultante χ²=151,570; p<0,001,>
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tanto en el padre como en la madre; es decir, a los menores, en general, se les apoya más que se les castiga con independencia del grupo al que pertenezcan, aunque en el grupo de sujetos adaptados las puntuaciones sean significativamente mayores en el caso del estilo inductivo y signifi-cativamente menores en el del estilo autoritario.
Por último, llevamos a cabo un análisis de regresión logístico binario forward stepwise en el que se incluyeron todas las variables que habían resultado significativas en las anteriores comparaciones estadísticas entre los grupos, con el objetivo de encontrar aquellas variables, tanto individuales como familiares, que, en conjunto, permitieran maximizar las diferencias entre ambos grupos, minimizando el número de variables necesario para ello.
El modelo resultante χ²=151,570; p<0,001,>
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